La disgrafía es un trastorno de la capacidad de escritura que se caracteriza por una serie de dificultades o incapacidades para componer textos escritos.
Generalmente se presenta en niños que no padecen ninguna deficiencia intelectual ni neurológica, aunque en algunos casos la disgrafía está asociada a otros trastornos del aprendizaje o a problemas de lenguaje o de perceptomotricidad.
Los síntomas empiezan a manifestarse a partir de los seis años aproximadamente y, según su tipología, se dividen en dos tipos:
Disgrafía motriz: en la que el niño presenta una postura inadecuada al escribir, maneja de modo incorrecto el bolígrafo (o cualquier tipo de lápiz), escribe con excesiva velocidad o lentitud.
Disgrafía específica: caracterizada por una desviación en la percepción de las grafías, que provoca que el niño cree letras difíciles de reconocer (deformes, de tamaño desproporcionado, demasiado juntas…).
Aparte, las personas con disgrafía suelen cometer muchos errores gramaticales, de puntuación y de organización de los contenidos en frases y párrafos.
Aunque la disgrafía no compromete el desarrollo intelectual de un niño, ni es un indicador de que el coeficiente intelectual sea bajo, el desarrollo del problema puede pasarle factura al niño en la escuela.
Debido a la dificultad del acto motor, el niño tarda más em realizar algunas actividades, en comparación con sus compañeros. Otra situación típica puede ser que e niño sienta vergüenza de su “letra fea” y por eso decida no escribir.
Es una situación que afecta la autoestima del niño y puede generar “bloqueos” que no le permitan desarrollar su escritura.
El tratamiento para la disgrafía requiere de un equipo multidisciplnario que incluya neurólogo, psicopedagogos, fonoaudiólogos y terapeutas.
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